lunes, noviembre 28, 2005

saturday i'm in ?

friday i'm not in love
saturday i'm in ?
sunday i'm in blood
monday i'm in blog


ese sábado moví el mundo entero con mis manos.
caminábamos por rivadavia y hacía calor. tenía la cara caliente, y no era el sol de noche. era un poco la cerveza latiéndome en las mejillas y la misma calle, la muy puta rivadavia que tiene demasiada carga emocional y demasiadas esquinas demasiado transitadas, y que siempre me hace hervir.
yo llevaba una carterita preciosa, delicada; me había puesto sombra de ojos verde agua y un brillo labial que me empastaba un poco la boca. pero eso no me hacía más torpe o más antiestética, sino que mi boca era la boca de los héroes, la boca de esos grandes hombres que siempre tienen algo justo y grande y cotundente que decir.
pero me quedé callada un rato. caminábamos por rivadavia, claro, y las baldosas hablaban solas.
me felicité por mi elección de ropa, porque estaba segura de que esa remera me marcaba las tetas de una manera interesante. pero a mi acompañante ya no le interesaban demasiado mis tetas, y me dio la mano. por un rato se me quedó el cuerpo medio muerto -mi mano es mucho más habil siendo sincera que siendo erótica-, y me entregué a la inercia de siempre, la que me había llevado engañada a ese bar y se había tomado esas cervezas, intentando retener imágenes del pasado que el alcohol y el sufrimiento volverían más y más borrosas.
llegué a la parada del bondi y él se quedó. las paradas de colectivo siempre me parecieron el escenario donde se escribe la historia de los hombres. ese era un punto de inflexión, y el muy turro me estaba invadiendo el futuro quedándose ahí parado. no me gustó un carajo, y me puse combativa. tengo la costumbre de ser un hombre, un hombre que usa pollera.
por suerte el bondi vino rápido. él dijo que lo dejaba bien y se subió. me rendí, y lo dejé que clavara la bandera de su presencia en mi frágil y húmedo territorio de sábado a la noche. los asientos del fondo estaban vacíos, mierda, y nos sentamos. ya sin la excusa de prestarle excesiva atención al movimiento repetitivo de partes azarosas de nuestros cuerpos, nos sostuvimos la mirada, quizás por primera vez en la noche. se me acercó despacito, casi cinematográficamente, y me acarició, me provocó descaradamente, me sacudió las piernas, me buscó el centro, mientras dejaba caer suavemente un beso en mi mejilla. eso duró un rato bastante de mierda y bastante maravilloso. el tiempo no es tiempo con este tipo.
el bondi estaba quieto y las calles se iban moviendo a su alrededor, lo cual no tenía nada de metafórico. su barrio se me venía encima, las veredas que habíamos recorrido en bicicleta, los kioscos donde él compraba puchos y yo golosinas, los bares en que leímos mucho y nos puteamos muchísimo más. y su casa, su casa rugosa, su vida ajena y todos sus espacios cerrados con candado, los caminos de ese cuerpo que no guardaban misterios, y que ya no volvería a recorrer jamás.
ironía de nuestra historia rota: por primera vez viajábamos juntos y yo no quería ni podía huir primero. me puse ansiosa. para ser un escapista, el chabón estaba tardando demasiado.
le dije "te bajás o te quedás para siempre, houdini". y se bajó.
me saludó desde abajo, desde el otro lado de la cortina de hierro que era esa ventanilla, y yo no hice nada.
a la obviedad hay que dejarla ser, y es casi un deber literario para con la vida dejar decantar los finales.