domingo, diciembre 11, 2005

sentidos

de los cinco sentidos, autosuficientes y complementarios ellos, hay uno que es central en la comunicación humana. el sentido más crudamente delator, que determina la experiencia, define el rumbo de todos los encuentros, y que pone en juego todo aquello que somos y que elegimos alternativamente mostrar u ocultar -esto último sin éxito ni disfraz ni escape posible-.
no está dado esto de ningún modo por la tiranía de ciertos medios modernos de comunicación, ni por imposiciones en materia estética o de salud. es más bien una cuestión de otro tipo de desnudeces.
quien toca a otro puede hacerlo sin que aquel otro le acaricie la piel, sin que recorra sus relieves para poder comprender la confluencia de llanuras claras, mesetas imponentes y montañas violentas agolpadas en escasos centímetros del mismo ser.
quien huele a otro se inunda de esa esencia sin que el otro se perfume con la verdad del primero al sentirle el olor.
quien oye a otro puede apreciar las melodías que escapan de su cuerpo mientras vive condenado al eterno silencio de quien no es escuchado nunca.
quien prueba el gusto de otro puede saberlo dulce, ácido, amargo mientras el otro saborea la nada del desencuentro.
quien mira a otro, en cambio, corre el riesgo más noble, creando el vértigo más importante y fundacional de la historia de la interacción entre los hombres: se muestra entero, se deja mirar, abriéndose tanto más cuanto más penetra en los paísajes del compañero.
en el gran pez, el joven edward bloom acude con una valentía y tranquilidad impresionantes a la casa de la bruja del pueblo. cuenta la leyenda -temida especialmente por todos aquellos que no saben mirar- que la bruja tiene un ojo mágico en donde quien observa puede ver su propia muerte. pero cuando edward se busca en él, el ojo de la bruja es completamente blanco. es ella quien, al mirar, ve que el niño es un fabuloso pez, que tal como los peces más grandes en el río se volverá más y más grande no dejándose pescar jamás.
los desencuentros, los escapes, no son azarosos, ocasionales. quien da la espalda y se aleja lo ha visto todo y ha elegido partir. la ceguera de espíritu no existe realmente.
cuando un verdadero ciego nos toca nos ve el alma, nos busca el centro con las manos.