viernes, mayo 12, 2006

Narrador-Narrado

(Obvia experiencia autorreferencial
Lo cual siempre es muy sexy)


Me buscó desde casi siempre. Cuando nos conocimos ella era una petisa caradura y yo un tipo misterioso. Se enamoró de mi divertida y estrepitosamente, como quiere una nena, pero ese amor creció con los años hasta volverse volcánico, intempestivo, fundamental.
Desde el principio me gustó por irreverente, por incansable. Conocía la forma perfecta de indagarme, de sacarme conversación así como quien no quiere la cosa hasta que yo dijera lo que más callaba y que ni sabía que estaba adentro mío. Y siempre tenía la palabra justa para cerrarme la boca cuando ya no me soportaba. Pero en general se sentía sola, una chica rara e inadecuada, y entonces me buscaba con la mirada dura como exigiéndome que le diera la mano para que juntos recorriéramos el barrio. Fui para ella una especie de puente con ese mundo grisáceo y sin magia al que no pertenecía y que no le gustaba demasiado.
Y el tiempo transcurría ajeno a nuestro juego. Podían pasar meses sin que nos viéramos, pero los reencuentros eran siempre explosivos. De cada uno de esos fuegos renacíamos y otra vez nos buscábamos como amantes, como maestro y alumna, como amigos. Todos los días éramos nuevos, llenando papeles blancos con la memoria de nuestros momentos.
Ella y yo nos supimos. Yo fui su espejo, y me odió tantas veces, y tantas otras no supo entenderme, y siempre al mirarme pudo encontrar en mí sus partes más hermosas y las más terribles.
Eso fuimos, absolutamente honestos, porque mostramos y dijimos todo. Me regaló siempre su verdad más desnuda, la palabra. A veces me buscaba furiosa, arrebatada entre el llanto y la bronca, y me acribillaba con sus palabras fuego, sus palabras cuchillo. Sabía que me gustaba peleadora e impertinente, que el atractivo para mi era nuestro choque pasión contra pasión. Y otras veces se me acercaba calma, conciliadora, como una fiera apaciguada, y me invitaba a jugar.

Ahora hace rato que se escapa, y yo espero, mudo, que me sorprenda, que me vuelva a buscar.
Porque para hablar necesito que me recorra, que me acaricie, que me preste su voz. Porque sólo si ella busca navegando por la hoja, yo puedo volverme poema.